miércoles, febrero 15, 2006

Hoy no deberías leer en la cama

Hoy día 14 de febrero, aparece un anuncio en El País firmado por un grupo de editoriales en el que se ve una página en negro con un corazón dibujado por múltiples trazos de fina línea blanca en cuyo interior se lee “Hoy no deberías leer en la cama”. Al final de la hoja, fuera del primer plano turbador e incitante que la anterior declaración plantea dice “Por una vez, los libros pueden esperar a mañana. Feliz San Valentín”. Estoy en Madrid, expatriado por unos días de la patria chica que es Granada y que, aún siendo tan abierta al mundo, no es más que una ventana y no ese mundo mismo al que se abre. No puedo evitar sentir deseos de vivir otras realidades. ¿Por qué no la de esta ciudad, que sin atraerme demasiado, intuyo que esconde un crisol de culturas y de personas que quizá representan mejor que en ningún otro sitio la convivencia a la que no vemos abocados? Creo que estos sentimientos están favorecidos por una buena compañía. En estos tiempos, tan dados al amor de los demás y al desamor propio, es con seguridad el mejor regalo para un día en el que estar enamorado. Las calles estaban llenas de gente haciendo compras. Probablemente sería el flujo habitual de personas a la hora de la tarde en que paseaba y en la zona por la que lo hacía. El barrio de Salamanca es innegablemente un lugar agradable por el que caminar, aunque quizá no sea un modelo exportable al resto de la ciudad. En la bolsa que llevaba la chica del abrigo gris, o en la del chico que corría apresurado, en las manos de la mujer que cobró mi compra, en las cartulinas que otra chica elegía a mi lado, he imaginado una historia de amor. Una historia de amor cierta o tan historia como la mía. Amor al fin y al cabo, esa ensoñación que nos eleva por encima de la rutina, esa obcecación del alma, ese oscurecimiento (o deslumbramiento, según se mire) de la realidad, que todos buscamos o recordamos que alguna vez buscamos o perdimos. El desengaño en el amor es como un orgasmo masculino. Nada más alcanzado produce un instintivo rechazo a cualquier nuevo intento. Todos conocemos la duración de este estadio. Lo mejor del día, la noche… La tarde noche, pues en Madrid la gente se acuesta pronto. Unos días solo en una ciudad ajena y un encuentro tan buscado como impredecible. La alegría cotidiana de una cerveza juntos. La extrañeza de una conversación que no acabo de creer que nunca hubiéramos tenido antes. El nacimiento de una amistad. Una nueva relación, que no otra más. Probablemente confundiendo las palabras de Salinas: “Que alegría que lo mismo nunca sea igual”. Qué bueno comprobar que existe gente especial en este mundo, que nos hemos tropezado en el camino y nos atrevimos a cruzar palabra. Conocerse requiere esfuerzo, es el precio que debemos estar dispuestos a pagar. Conocer a alguien es conocerse a sí mismo. Estirar tu propio yo que crece y se agranda asido a las manos de cada uno de vosotros. Abrirse el pecho y dejar que los demás pisen tu corazón para llevarse en él sus huellas. Las huellas del amor, con ser más indelebles no son necesariamente más importantes o necesarias. Pasaron las 12, ya es día 15. Hoy ya es día para leer en la cama. Es lo que tienen las empresas, que aunque establezcan su moratoria por un día, no olvidan su destino en lo universal del mercado. ¿El amor cotiza? ¿El amor se amortiza? ¿El amor se amordaza? El de los demás seguramente, el nuestro no. No lo olvidaba, gracias por la compañía. Se repetirá.